Es como un hombre que, antes de emprender un viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco millones, a otro dos millones ya un tercero un millón -a cada uno según su capacidad- y se fue. El que había recibido cinco millones fue a negociar y ganó otros cinco.
Semejantemente, el de los dos ganó otros dos. Pero lo que había recibido uno se fue a hacer un socavón en el suelo, y colgó el dinero de su amo. Después de mucho tiempo viene el dueño de esos sirvientes y les pide cuentas. Compareció lo que había recibido cinco millones, y presentó otros cinco. El dueño le dijo: "Muy bien, siervo bueno y fiel... Entra en el gozo de tu Señor". Compareció también el de dos millones, y dijo: "Señor, me confiaste dos y he ganado dos más". El dueño le dijo: "Muy bien, siervo bueno y fiel... Entra en el gozo de tu Señor". Compareció lo que había recibido uno y dijo: “Señor, os conozco y sé que sois un hombre duro, que cosecha donde no habéis sembrado y reunió de donde no habéis esparcido. Así, de miedo, fui a enterrar en el suelo a tu millón; aquí tiene el que es suyo”. Pero el dueño le respondió: “¡Siervo malo y perezoso! ¿Sabías que cosecho dónde no he sembrado y reúno donde no he esparcido? Hacía falta pues que llevaras mi dinero al banco, y al volver yo, habría recogido el interés. Tómenle, pues, el millón y dadle al que tiene diez. Porque a todo aquel que tiene, le será dado y tendrá sobradamente; en cambio a quien no tiene, hasta lo que tiene le será tomado. Y este siervo inútil échelo fuera”. ADAPTACIÓN DE MT 25,14-30