Érase una vez un jilguero que quería ver cosas y entró en un bosque. Volaba y volaba sin darse cuenta del peligro de volar entre los árboles. Pasó el día y oscureció y el jilguero no sabía cómo salir del bosque. Estoy perdida, pensó, y empezó a llorar toda triste. Pero estuvo de suerte que, por aquel lugar, pasara una luciérnaga.
—¿Qué tienes? —le preguntó.
—Creo que me he perdido y no encuentro el camino de regreso porque ya está oscuro —respondió el jilguero.
—No importa —dijo la luciérnaga, yo seré la luz que te guiará. Y lo hizo así hasta que el jilguero llegó.
Otro día la luciérnaga se clavó una espina, de tanto arrastrarse por el suelo.
Fue al nido del jilguero y éste se lo arrancó con el pico.
Y de esa generosidad y preocupación de uno por otro, surgió una amistad que llevará toda la vida.