Cuando escribía esto, la humanidad estaba pendiente de los Juegos Olímpicos de Sídney. Hoy han transmitido por televisión algunas pruebas de natación. Resulta que un nadador, por solo unas décimas de segundo, ha sido el ganador. ¡Solo por unas décimas!
Pero estoy seguro de que, para lograr esta pequeña diferencia, han sido necesarias muchas horas de entrenamiento. Día tras día, año tras año. Un nadador dice que entrena ocho horas cada día y tiene que renunciar a muchas cosas. Se necesita tanto esfuerzo para nadar unas décimas de segundo más rápido en cuatro años. Y esas décimas le han dado la victoria.
Creo que cada esfuerzo tiene su recompensa, aunque nadie lo sepa. A nosotros también nos pasa lo mismo cuando cumplimos con nuestras obligaciones. Y nuestra obligación es el estudio. Somos como los nadadores, pasamos horas y más horas en la escuela haciendo deberes y escuchando atentamente. Un día tras otro, una hora tras otra. Nuestra recompensa es un gran tesoro: no son las notas, sino la alegría de nuestros padres y maestros y de todos aquellos que nos aman. También nuestra propia alegría. ¿Hay un tesoro más grande que la alegría?