Un carpintero, un día, se puso a construir una escalera. Pasó un vecino y vio lo que estaba haciendo y le dijo:
—Si me regalases un pequeño peldaño, tú podrías seguir subiendo y a mí me serviría para calentarme en invierno.
El carpintero se rascó la cabeza y se lo dio. El vecino, agradecido, se fue muy contento. Luego vino otro y le explicó que, si le proporcionaba algunos peldaños, podría trabajar y mantener a sus hijos. El carpintero no dijo que no, y le regaló lo que le había pedido, haciendo feliz y contento a ese hombre. El carpintero continuó con su tarea. Entonces pasó por allí una mujer pobre que le pidió un trozo de madera, ya que urgía arreglar la pared de su casa por donde entraba el viento y el frío. El carpintero también accedió y esa mujer se fue feliz y agradecida.
Vinieron otros y el carpintero atendía a todos y les obsequiaba con lo que le pedían. Ese invierno era muy frío y la necesidad era grande, y el carpintero daba a todos trozos de la escalera y la usaban como leña para calentarse.
Y decía:
—No lo entiendo. Mi escalera cada vez es más corta y yo, en cambio, veo más cerca el cielo.