Una vez, un mono, un zorro y un conejo vivían juntos como buenos amigos. Durante el día se divertían corriendo por los campos y pasaban la noche en la montaña. Con esta armonía pasaron los años, pero un día el señor del cielo escuchó hablar de ello, y queriendo verlo personalmente, se disfrazó de viejo vagabundo y fue a visitarlos.
—He viajado por valles y montañas, estoy cansado y desfallezco. ¿Me podríais dar algo para comer? —dijo, sentándose a descansar.
El mono salió corriendo a buscar frutos de los árboles. El zorro le ofreció peces del río. El conejo se apresuró a dar vueltas pero no encontró nada de provecho. Una vez juntos, el mono y el zorro se burlaban del conejo y le decían:
—¡No vales para nada, inútil!
El conejo estaba triste y adolorido. Entonces pidió al mono que fuera a recoger un haz de leña y a la zorra que encendiera un buen fuego. Inmediatamente se dirigió al anciano vagabundo:
—¡Cómeme, por favor!
Y lanzándose al fuego se ofreció en holocausto. Ante esa escena, el viejo vagabundo sintió un agudo dolor y lloró amargamente. Entonces golpeó el suelo y exclamó:
—Todos merecéis un premio, porque habéis sido acogedores y valientes. No hay vencedores ni vencidos, pero la prueba de amor del conejo ha sido única.
Y devolvió la vida al conejo, se lo llevó y lo sentó a su lado en el palacio de la luna.
I. ICHIRO OKUMURA. EL PLACER DE ORAR