La Bella Durmiente del bosque

Nada se movía en el castillo encantado. El reloj y el fuego de la chimenea estaban inmóviles; incluso el flujo de aire entre la puerta y la ventana se había detenido por completo. La princesa y las doncellas dormían plácidamente, con una última sonrisa entre los labios. Alrededor del castillo, los árboles, arbustos y zarzas habían hecho el acceso infranqueable.

Y entonces, gracias a un misterioso hechizo, el príncipe logró pasar sin pincharse. ¿Acaso el viento y el mar le obedecían? A pesar de todo, su paso —los sabios lo llaman Pascua— era solo el presagio del beso que traía a todos los hombres: "la vida, el movimiento, la alegría".

El beso de Cristo a los inocentes, el beso del padre al hijo pródigo, el beso de paz en nuestras eucaristías, es el beso que devuelve la vida a la Bella Durmiente del Bosque de la humanidad, que tiene un corazón adormecido.

Dios mío, crea en mí un corazón puro, dice el salmista. Y estas palabras deben tomarse al pie de la letra: este despertar es creación, es re-creación, es resurrección.

J. LOEW y J. FAIZANT