Un aterrizaje sin visibilidad

Sucedió dentro de un avión en un trayecto de Génova a París. En Génova, las nubes eran bajas y llovía. En pocos minutos, el avión se elevó por encima de un mar de niebla. Entonces el sol brilló con todo su esplendor. El vuelo fue tranquilo.

Ya habían anunciado el aterrizaje. Hacía sol, pero a derecha e izquierda había trozos de nubes que a veces brillaban intensamente y otras veces se cargaban de oscuridad. Finalmente, el avión descendió sobre una nube de una densidad increíble, que se podía cortar como un cuchillo. El avión avanzó a ciegas entre copos de algodón cada vez más espesos.

Y a ciegas, sin visibilidad, surgieron, unos metros bajo nosotros, las líneas de las pistas de aterrizaje. En medio de la niebla habíamos llegado casi al centímetro exacto donde debía detenerse el avión. Fue un aterrizaje sin visibilidad, guiado por ondas invisibles, llevado al punto exacto en medio de una total falta de visión.

Así es la fe. Nos lleva hasta el punto exacto y maravilloso, a pesar de la falta de visión.

J. LOEW y J. FAIZANT