Ulises preparó un viaje que debía cambiar su vida. Se afanaba por dar clases extras de geografía y de idiomas. En cambio, no hacía caso del lugar al que tenía que ir ni qué medios necesitaban. Sólo pensaba huir de estudio; lo importante era viajar.
Empezaron a lloverle las dificultades al dirigirse a la agencia de viajes. El dependiente le hizo unas preguntas rutinarias, pero Ulises no supo responder a la hora de concretar el sitio.
—No quiero ir a México, ni a Grecia, ni a Italia; India no me hace gracia. —¿Dónde quiere ir?
—Inglaterra no me atrae; África me da miedo; Australia demasiado lejos; Alemania demasiado cerca.
—Oiga: poco podemos hacer si no nos dice el destino.
Ulises quedó desconcertado. Nunca pensé que viajar fuera tan complicado.
Por la noche tuvo un sueño: se encontró en medio de un enorme aeropuerto, mirando las salidas de cientos de aviones. De repente se presentó ante él un personaje famoso: era el primer piloto que en 1927 había atravesado el Atlántico. Había visto a este personaje en una de esas películas en blanco y negro. Todo sonriendo le dijo:
—Todos estos aviones están preparados, pero es el piloto quien debe decidir dónde deben ir.
Por la mañana, pensó: ¡Es elemental, antes de empezar el viaje tengo que saber adónde quiero ir!
MICHEL DUFOUR