Cuando el yo y el tú se convirtieron en el “nosotros”

Dos vidas. La tuya y la mía. Dos vidas como dos arroyos. Cada una con su agua y su propia corriente. Uno buscando sediento el agua del otro como si el agua propia no pudiera saciar su sed.

Un día. Un día como cualquier otro, por una de estas circunstancias de la vida, nos vimos, nos encontramos y experimentamos que no éramos raros. Sentimos que entre ambos había un no sé qué idéntico y distinto que nos atraía y unía.

Era algo raro, que la gente llama amor.
Y quizá mejor aún, era algo vital y existencial que llamamos vocación. Nuestra vocación común de convertirse en pareja. Desde ese día empezó a despertarse entre ambos una afinidad que, en determinados momentos, nos hacía sentir extraños a todos los demás.

¿Fue casualidad?
Muchos así lo pensaban. Incluso nuestros padres. E incluso nosotros hablamos de casualidad... Tampoco faltaron quienes imaginaban que sólo eran sueños de una hermosa noche de verano.

En realidad todo aquello no fue casualidad ni nada que se parezca a lo que se llama cosas del destino. Una mano invisible iba guiando nuestras vidas y uniendo nuestras manos, la tuya y la mía. Era la mano de Dios que teje la historia de cada vida y también la historia de nuestras dos vidas.

Hasta entonces éramos dos historias aparte. Desde ese día ya no somos dos historias ni dos arroyos errantes, sino una sola historia, la historia de ambos.

No la historia del yo y del tú, sino la historia inédita del “nosotros”.

CLEMENTE SOBRADO