El tercer día se celebraron una boda en Caná de Galilea. Estaba la madre de Jesús. También fue invitado Jesús, junto con sus discípulos. Cuando el vino se acababa, la madre de Jesús le dice:
—No tienen vino.
Jesús le responde:
—Mujer, ¿y yo qué tengo que ver? Aún no ha llegado mi hora.
Su madre dice a los servidores:
—Haga todo lo que le diga.
Había allí seis picas de piedra destinadas a las prácticas de purificación usuales entre los judíos. Tenían una cabida de unos cien litros cada una.
Les dice Jesús:
—Rellenad de agua estos fregaderos.
Ellos las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo:
—Ahora sacadla y llevadla al jefe de servicio.
Ellos la llevaron. El jefe de servicio probó aquella agua convertida en vino.
Él no sabía de dónde venía, pero los servidores sí lo sabían, porque ellos mismos la habían sacado.
El jefe de servicio, pues, llama al novio y le dice:
—Todo el mundo sirve primero los mejores vinos y, cuando los invitados han bebido mucho, sirve a los más ordinarios. Pero tú has guardado hasta ahora el mejor vino.
Así empezó Jesús sus señales prodigiosas en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.
(Jn 2, 1-11).