El misterio de la Encarnación en clave familiar

Una vez un rey se enamoró de una chica de pueblo, que no era de sangre real. Pensó que sería imposible casarse, porque la tradición no lo permitía. Pero ese rey era tan poderoso que podía pasar por encima de todas las tradiciones. Sin embargo, tuvo muchas dudas. Pensaba:

—Si me caso y la hago reina, esta chica nunca se quitará de la cabeza que lo he hecho porque soy rey. Y yo, el rey, con razón dudaré de que se haya casado conmigo no por amor sino por el prestigio y el poder.

El rey ponderó otra posibilidad:

—Podría dimitir de rey y así podríamos querernos en igualdad de condiciones.
Evidentemente, también esta solución podía terminar mal. Quizás ella me abandonaría por la tontería de haber renunciado a ser rey.

Total: seguía como antes:

-¿Qué puedo hacer?

Después de muchas dudas, decidió finalmente que, si tanto le amaba, podía afrontar cualquier dificultad.

El pensador Soren Kierkegaard nunca contó el final de la historia, porque tenía dos razones para no hacerlo:

— primera, porque no se trata del argumento principal; el argumento principal es el amor del rey a una chica de pueblo;

— segunda, porque no ha terminado todavía. Se trata de una historia que es como una parábola: es la historia del amor de Dios hacia nosotros. Con dos enormes diferencias: primera, Dios es mucho más poderoso que cualquier rey de la tierra; segunda, el amor de Dios hacia nosotros es infinito; nos ama tanto que decidió hacerse como uno de nosotros en la persona de Cristo, pobre y humilde, para que pudiéramos entender su amor.

Esta historia, pues, no ha terminado todavía.

Cada uno de nosotros le está escribiendo. ¡Quién sabe si el día de mañana un escritor podrá contar el final feliz!