Un padre tenía dos hijos. Un día, el más joven, de 18 años, le dijo:
—Padre, necesito 10.000 €. Quiero irme con mis amigos. No, no hagas ese gesto. Tú sabes muy bien que si no me los das, los encontraré en otro lugar...
El padre vio que no tenía ninguna otra salida y con una ternura que rompía el corazón le dijo:
—Aquí los tienes, hijo mío. Ya sabes que todo lo que es mío es tuyo. Ten cuidado con cómo los gastas.
El padre empezó a sufrir. Además, el hijo mayor le reprochaba continuamente su debilidad. Durante meses no recibió ni una triste noticia. Tenía miedo de que en cualquier momento lo llamaran para darle la fatal noticia. El padre se consumía de remordimientos y dudas:
—¿Habré hecho algo mal? ¿Lo he perdido de esta manera tan sencilla, sin profundizar en lo que le pasaba?
Miraba las noticias cada día. Tenía pesadillas, no dormía... Un día recibió una simple nota:
—Me han robado. Envíame 10.000 € más.
El padre se emocionó y lloró de angustia. No se lo creía, pero al menos sabía que estaba vivo...
Finalmente, volvió el hijo. Lo abrazó y lo cubrió de besos. Venía hecho un desastre. Apenas se sostenía en pie. Quizás eran los síntomas de la droga.
—Escucha, no te veo bien. No puedes seguir así. Iremos al médico, al que quieras, pero tenemos que encontrar una solución.
—Sí, padre, conozco una granja para toxicómanos.
El padre lo abrazó y le dio dinero... Pero qué fue su decepción al enterarse de que no había ido a la granja. El hijo mayor soltó una retahíla de insultos y salió de casa dando un portazo.
—Venga, ya puedes gastar en este degenerado nuestros ahorros. Que robe, como hacen los de su calaña, pero que no nos chupe la sangre.
El padre continuó pagando a los médicos, pero el dinero se agotó. El hijo fue saliendo poco a poco de las drogas. Ya no soportaba más los reproches de su hermano mayor. Un día, triste, pero decidido, le dijo a su padre:
—Lo siento, padre, no quiero hacerte sufrir, pero me tengo que ir. No tengas miedo: me voy a una granja. Tengo que ayudar a otros a salir del pozo en el que antes yo había caído... —ALFONSO FRANCIA