"Ahora reconozco mis faltas, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo he pecado y he hecho lo que es malo a tus ojos", decía el rey David después de cometer su crimen.
Una vez hecha la confesión, exclamó: "Dios mío, crea en mí un corazón bien puro, haz renacer en mí un espíritu firme".
El salmo 50 nos ofrece una lección llena de consuelo: después de reconocer y confesar sinceramente nuestros pecados, Dios nos perdona y hace renacer en nosotros un nuevo espíritu lleno de vida, aún más fuerte que antes de pecar. Un ejemplo de esto es el regreso a casa del hijo pródigo, celebrado con una fiesta; o la oveja perdida que el buen Pastor carga alegremente sobre sus hombros.
Un maestro de la Ley explicaba todo esto de la siguiente manera:
Cada uno de nosotros está como unido a Dios mediante un hilo. Cuando alguien comete una falta, el hilo se rompe, pero si uno reconoce la falta y pide perdón, Dios hace un nudo en él. De esta manera, el hilo se acorta cada vez más. Me parece que el hilo acabará convirtiéndose todo él en una cuerda más corta; por eso el encuentro con Dios será más fácil.
Dios sabe sacar bien del mal. José, en Egipto, se dirige a sus hermanos para decirles que del error de ellos Dios ha sacado la salvación para toda la familia. Pero con más razón, Dios sabe sacar bien del bien.
J. Loew y J. Faizant (Adaptación)