Bernabé era apodado: “Bien parlante”. Los mismos apóstoles le escuchaban entusiasmados. Gracias al prestigio que tenía, pudo introducir a Pablo, convertido, en la comunidad cristiana. Esto era en el año 38 de nuestra era.
Entonces corrió la noticia de que en Antioquía estaban creciendo los cristianos. Había que ir a organizar aquella iglesia, y les mandan a Pablo y a Bernabé. Es allí, después de un año, cuando el Espíritu Santo habla en medio de una asamblea: “Separadme a Pablo ya Bernabé para la obra a la cual los he llamado”. Empieza la gran misión. El primer destino, la patria de Bernabé: Chipre.
Predican con tanto entusiasmo que el procónsul Sergio Paulo les llama y se hace cristiano. Después de este triunfo, deciden salir a extender la misión; se les une Marcos, sobrino de Bernabé. Empiezan los “peligros en los ríos, peligrosos ladrones, peligros de los desiertos”. Marcos se asusta y se vuelve a casa. Los demás recorren toda el Asía Menor durante cinco años, hasta que los quieren adorar como dioses, cosa que rechazan rasgándose las vestiduras y recordando que son hombres como todos y que no hay que adorar a los ídolos sino al “Dios vivo y verdadero”. Era el año 50.