Hellen Keller, joven muchacha de 24 años, obtiene el doctorado.
Esta noticia no hubiera tenido ninguna repercusión ni hoy la recordaríamos, si no se trata de una joven ciega y sordomuda. La tenacidad y capacidad de esfuerzo de esta muchacha la ha hecho pasar a la historia con nombre propio y la ha convertido en ejemplo no sólo para aquellas que sufren algún tipo de minusvalías, sino también para cualquier persona que debe enfrentarse con dificultades. Pero si tiene mérito esta mujer joven, también lo tiene su profesora: Ana Sullivan que había dedicado toda su vida a trabajar en ayudar a personas con graves deficiencias.
Comenzó a trabajar con Hellen cuando era una niña de apenas cinco años. Le enseñó a leer utilizando el sistema Braïle para ciegos, que consiste en aprender de unos libros especiales que están escritos en relieve, de tal forma que pasando suavemente la yema de los dedos, los invidentes pueden conocer lo que allí se ha escrito. Le enseñó a hablar, con paciencia, esfuerzo y técnicas adecuadas. Juntas pasaron muchas horas de desánimo y sintieron ganas de abandonar sus propósitos, pero siguieron adelante luchando contra las dificultades.
Ana Sullivan, animada por el tesón y los logros que conseguía su alumna, también la inició en le manejo de la maquina de escribir, de tal forma que la estudiante escribía sus propios trabajos.
Con excesiva frecuencia nos quejamos de los esfuerzos que debemos hacer, sin pensar que existen muchas personas que para sobrevivir deben hacer esfuerzos infinitamente mayores a los nuestros. Aquel doctorado que consiguiera la muchacha ciega y sordomuda es estímulo para el esfuerzo de quienes a veces nos desanimamos ante las más pequeñas dificultades.