Hoy es la fiesta de un gran cristiano y santo: Francisco de Asís, un hombre extraordinario. Ha habido pocos personajes tan revolucionarios como él en el mundo; él montó en su tiempo la revolución de los pobres. Nadie como él ha sido tan ecologista. Nadie ha sentido tanto amor por la naturaleza, los animales, las fieras y el sol.
Era un joven de la movida de su tiempo. Pero cuando tenía 22 años cayó enfermo, vio de cerca la realidad de la muerte y su vida pegó un cambio radical. Un día entró en la tienda de su padre, cogió una pila de piezas de tela, las montó en un burro y las vendió. Tomó el dinero y se lo dio al párroco de su pueblo para que arreglara la iglesia. Cuando se enteró su padre, fue donde el obispo a reclamarle el dinero. Entonces Francisco se desnudó en la plaza, cogió todas sus ropas y se las entregó a su padre delante de todos; y dijo en voz en grito: “Desde ahora no tendré más padre que Dios”. Luego se puso a vivir pobremente. A los 27 años empezó a conocer a sus primeros seguidores que, poco a poco, se fueron convirtiendo en miles y miles. Eran los franciscanos, que aún viven entre nosotros. Murió a los 46 años, completamente ciego y con el gozo de recibir los estigmas de la pasión del Señor.