Estos dos apóstoles eran parientes de Jesús. Así lo dice el evangelio de Mateo (13, 55): “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?”. Judas, apodado “Tadeo” para distinguirlo del Judas que entregó a Jesús con un beso, nos escribió una carta contra los falsos maestros: “Estos son los que mancillan vuestros ágapes, cuando con vosotros banquetean sin recato, hombres que se apacientan a sí mismos, nubes sin agua que los vientos se llevan, árboles de otoño que fenecen desprovistos de fruto, dos veces muertos, arrancados de raíz”.
Los dos apóstoles estuvieron juntos predicando el Evangelio. Llegaron a Egipto. No podían pasar más lejos, porque se encontraron con le desierto. Caminaron hacia Asia y estuvieron predicando en el reino de Persia. Fueron arrestados, juzgados y condenados. Simón fue aserrado por medio y a Judas le cortaron la cabeza. Por eso, a Simón se le pinta con una sierra en las manos, y a Judas con un hacha. Sus reliquias fueron llevadas a Roma. La Iglesia recuerda hoy a los dos en la liturgia.