Una fría noche de invierno, un asceta errante pidió asilo en un templo. El pobre hombre estaba tiritando bajo la nieve, y el sacerdote del templo, aunque era reacio a dejarle entrar acabó accediendo: “Está bien, pero sólo por esa noche. Esto es un templo, no un asilo. Por la mañana tendrás que marcharte”. A altas horas de la noche, el sacerdote oyó un extraño crepitar. Acudió raudo al templo y vio una escena increíble: el forastero había encendido un fuego y estaba calentándose. Observó que faltaba un Buda de madera, y preguntó: “¿Dónde está la estatua?”.
El otro señaló al fuego con un gesto y dijo: “Pensé que iba a morirme de frío...”.
El sacerdote gritó: “¿Está loco?, ¿Sabes lo que has hecho? Era una estatua de Buda. ¡Has quemado al Buda!”. El fuego se iba extinguiendo poco a poco. El asceta lo contempló fríamente y comenzó a removerlo con su bastón.
“¿Qué estas haciendo ahora? Vociferó el sacerdote.
“ Estoy buscando los huesos del Buda que, según tú, he quemado”.
Más tarde, el sacerdote le refirió el hecho a un maestro zen, el cual le dijo: “Seguramente eres un mal sacerdote, porque has dado más valor a un Buda muerto que a un hombre vivo”.
(Cuento zen)