Después de esto, Pablo partió de Atenas y fue a Corinto. Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, en cual acababa de llegar de Italia, con su mujer Priscila, a raíz del decreto por el que Claudio había expulsado de Roma todos los Judíos. Pablo se unió a ellos y como eran del mismo oficio -se dedicaban a fabricar tiendas- se quedó trabajando en su casa. Todos los sábados conversaba en las sinagogas, tratando de convencer a judíos y a griegos. Pero, cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se consagró enteramente a la predicación de la Palabra, dando testimonio ante los judíos de que Jesús era el Mesías.